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viernes, 26 de noviembre de 2010

Cassandra Wilson




Su contundente voz no pasa desapercibida y es todo un deleite escucharla, más en una tarde de otoño como la de hoy.

martes, 23 de noviembre de 2010

¿Se puede cantar mejor?

Mirlo común (Turdus merula)


 





El mirlo macho tiene el plumaje negro, el pico de color naranja-amarillo y  un círculo blanco rodeando los ojos. La hembra es de color pardo.
Su habitat son los bosques frondosos con suelo húmedo, aunque los que vivimos en ciudades podemos verlos en jardines y parques.
En los últimos años veo que han aumentado en número en la zona donde vivo. Me gusta mirarlos, porque no se asustan facilmente, y es un placer ver como se alimentan de caracoles y lombrices. Pero el mayor placer es poder escuchar su canto a primera hora de la mañana, incluso antes de que empiece a clarear el día.

lunes, 22 de noviembre de 2010

No mires atrás





La vida me ha enseñado que solo hay que mirar atrás para aprender de nuestros actos. El resto es presente, pero sobre todo , futuro.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Petirrojo (Erithacus rubecula)


Este pajarillo del tamaño de un gorrión se caracteriza por el color naranja intenso que cubre su pecho y parte de la cabeza, sobre un plumaje grisáceo. Se le puede ver en invierno mayormente en el norte de España y en las montañas.Los machos cantan desde mediados de enero hasta mediados de junio, sobre todo en los albores del día, abriendo el concierto matutino acompañados del colirrojo tizón y del mirlo común. También cantan al atardecer hasta bien avanzado el crepúsculo. Su canto es un gorjeo variado y pausado, quizás uno de los más bellos emitidos por un pájaro, un sonoro "tic-tic-tic" que emite a intervalos cortos.
Me gusta verlo en invierno cuando aparece entre los árboles del camino, siempre solitario, valiente y descarado. Uno de mis pajarillos más amado,sin duda.

martes, 9 de noviembre de 2010

El río





     
Es inevitable: el murmullo del río tiene el poder de actuar como un bálsamo para mi alma. Vuelvo a sentarme en su orilla, como cada tarde, dejando que esta atmósfera me envuelva, sintiendo este aire cálido del verano, cobijándome en la sombra de los chopos. A lo lejos puedo escuchar cómo ríen y gritan los niños que se bañan aguas arriba, y una sonrisa asoma en mis labios al recordar el tiempo en que yo también lo hacía. Hace muchos años de aquello.
Sin embargo, todo está igual que entonces. El agua del río sigue teniendo eso color entre verde y amarronado, que con el sol se torna un ramillete de luces que me hace guiñar los ojos. Su aroma tampoco ha cambiado. Cierro los ojos para sentirlo, aspirando su esencia, embriagándome con cada nota. El agua consigue arrancar el aroma de las piedras sobre las que discurre. Puedo percibir las plantas aromáticas que crecen en sus orillas, los juncos que se mecen con la brisa, el tomillo que asoma en la tierra seca, la manzanilla abrasada por el sol, todos los árboles, sauces, chopos, álamos y alisos. Todo ello produce esa mezcla que quisiera embotellar para tenerla siempre conmigo. Ni el mejor perfumista conseguiría una fragancia como esta.
Me entretengo contemplando las copas de los árboles, aquí, a su sombra, viendo cómo las ramas se recortan contra el azul tan intenso que tiene este cielo. El verde es de un tono fresco y jugoso. Es todo un espectáculo de luz y color ver el reflejo del agua en esas pequeñas hojas. Los rayos del sol caen sobre el agua, y esta, a su vez, salta hasta los árboles. No puedo apartar mis ojos de ellos.
Así pasaré las horas que quedan hasta que el calor deje de apretar. Entonces recorreré el camino de vuelta, despacio, sin prisa, despidiéndome de mi río hasta mañana.

lunes, 8 de noviembre de 2010

A un olmo seco


Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.


Antonio Machado